viernes, 6 de mayo de 2011

Trial and error

Quizás uno de los mayores impedimentos al aprendizaje de idiomas es el miedo al error, a pesar de que tiene un papel clave en la evolución del alumno. Si no nos equivocamos, o quizás peor, no percibimos el error, simplemente perdemos la oportunidad de aprender.
No sé de dónde viene este miedo o el sentido del ridículo que tanto les cuesta perder a algunos alumnos. No soy experta en psicología, pero creo que algo tendrá que ver con el modelo tradicional de la enseñanza en el que el profesor era la autoridad y trasmitía sus conocimientos al alumno “ignorante”, que simplemente los recibía sin cuestionarlos y sin participar. Lo que sé es que ahora a los alumnos les enseñamos a pensar de una forma más crítica, y sobre todo a participar, por lo menos en la enseñanza de idiomas. ¿Cómo podría ser si no? si una parte fundamental del proceso de aprender una lengua es usarla cuanto más posible.
Es más, es todo un proceso de toma de contacto con otras maneras de expresarse, incluso de pensar, de probarlas y adoptar las que mejor te sirven en determinados momentos. Como los niños, nos exponemos a modelos o “trozos” de lengua que finalmente adquirimos tras experimentar y ver si cuela en determinados contextos. Es cuestión de práctica, y mucha. No te quedas con una nueva palabra o un nuevo “trozo” hasta haberlo visto, oído y utilizado varias veces. Si evitamos este último paso por miedo a utilizarlo mal o de que el grupo se ría de nosotros no podemos asimilarlo.
De allí, es fácil ver como este miedo nos supone un reto a los profesores de idiomas. No siempre nos es fácil hacer que el alumno pierda este miedo y pruebe la lengua, sobre todo si piensa que le estás escuchando. Pero no es imposible. Darles cuantas más posibilidades de hablar en clase sea posible, dejar que comparen sus respuestas con su compañero antes de hablar en grupo, y hacer la corrección de forma anónima al final de la clase son todas maneras, entre otras, de favorecer la seguridad al hablar. Asimismo, reconocer la diversidad de la expresión y la variación lingüística, es decir, evitar la idea de que sólo hay una manera de decir algo, pues no es verdad. No hablo de un “todo vale”, pero sí de un espacio donde el grupo aprende a reconocer las distintas maneras de utilizar la lengua y, que en el proceso de hacerlo y ver lo que le permita trasmitir su mensaje y lo que no, termina por aprender.
Aunque entiendo que la sociedad tarda años en adoptar nuevas maneras de pensar, los profesores no deberíamos subestimar el papel que jugamos en este proceso. La enseñanza va mucho más allá que una simple transmisión de contenidos. El “cómo” es tan importante como el “qué”.

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